La terapia es un camino de crecimiento

La terapia es un camino de crecimiento.

La primera etapa es la de la partida del viaje: el paciente decide acudir en demanda de ayuda para superar una crisis o enfermedad de algún tipo.

En terapia se cruza un umbral que consiste en una decisión voluntaria y consciente de querer mirar hacia dentro y entregarse a la búsqueda de otra manera de ser. A lo largo del camino el paciente descubre introyectos, recoge proyecciones e integra polaridades.

Al final del camino le espera el redescubrimiento de sí mismo pues las fuerzas buscadas y ganadas han estado siempre dentro de su corazón.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

El arquetipo materno, la urdimbre constitutiva y la reprogresión.



La importancia de la relación prImigenia, de la simbiosis madre-niño: la urdimbre constitutiva. El ser humano nace más inmaduro que ningún otro ser, tanto en sus sistemas enzimáticos e inmunitarios como en el desarrollo de su sistema nervioso. Esa vulnerabilidad extrema y la dependencia materna que supone es lo que le capacita para su extraordinario desarrollo posterior.
“Puesto que en la fase más temprana del desarrollo del hombre están íntimamente vinculados el factor amoroso y el cognoscitivo, el desarrollo del yo y la relación con el prójimo, la relación primigenia con la madre está, en este sentido, preñada de destino” (Erich Neumann). Todas las culturas primitivas han rendido culto a la Gran Madre, concebida como un principio femenino donadora de vida, otorgadora de amor y de la plenitud de la existencia, y dotada de la sabiduría y conocimiento supremos.
En efecto, el hombre ha sentido siempre que de una relación primigenia  positiva dependía su cualidad más preciosa: la seguridad de su “Yo”, es decir la coherencia y plasticidad de ese centro de la persona gracias a la cual puede aceptar la adversidad, el dolor, integrar las experiencias ingratas con las gratas, formar con todas ellas un núcleo de vivencias rico y positivo, creador. Y, además, relacionarse armoniosa y amorosamente con los otros, y consigo mismo funcionando como unidad capaz de restablecer el equilibrio perdido por la enfermedad o cualquier otra circunstancia. Así, a través de las crisis se fortalece. Así, las crisis de la vida se van desarrollando sobre un fondo de seguridad que permite su integración sucesiva.
Es ahí donde alcanza su máxima importancia la ternura materna.  Esa madre que acaricia olvidada del tiempo, de su transcurrir, parece que espera que algo se entreabra y despliegue. Es como aguardar que las cosas se revelen en su esencia. Es una evocación de la lentitud de todo crecimiento. En la ternura y la caricia, la intencionalidad del hombre, el tono de su ser y de sus músculos se solidarizan con el ritmo profundo que renueva las células, los materiales de la vida, con un tiempo biológico, lento, calmoso. Por eso la caricia materna calma el dolor de golpe mejor que ningún analgésico; sabe de antemano, que aquello va a pasar, que la herida y el daño arrastrados por el fluir de la vida van a ser reparados.
Ese ritmo lento de la ternura es el mismo de la llamada “translaboración” en psicoterapia. El paciente percibe no sólo que alguien toma cuidado de él sino, además, que alguien espera, con confianza, que se cure. Reaparece pues, la confianza básica, primigenia, la de la urdimbre constitutiva.
El etólogo Kortlandt, al estudiar la jerarquización de los instintos, ha denominado “reprogresión”, es decir, la capacidad de progresar previa una regresión a etapas menos diferenciadas en el desarrollo. El cormorán, como el hombre, aspira a ser independiente, a madurar como sujeto autónomo. Esto lo consigue después de cinco etapas, cinco saltos del nido. Al inicio de cada salto, el cormorán retrocede a modos de actuar más infantiles, menos organizados de conducta, para después progresar, es decir, volverse más independiente y autónomo.
 Del mismo modo, el individuo para llegar a su ser verdadero tiene que descubrir la fuerza, intensidad y complejidad de sus pulsiones.  El organismo tiene un mecanismo para reaccionar a la enfermedad y el trauma produciendo una regresión de los tejidos a fases indiferenciadas del desarrollo para reencontrar una capacidad regenerativa. Sin esa facultad de volver a una fase embrionaria el organismo perdería uno de sus más importantes mecanismos de seguridad. Acaso la función biológica de la emoción sea la de mantener al hombre en sempiterna posibilidad de inmadurez, es decir, de reprogresión. Volver atrás para tomar fuerzas y sanar…
Rof Carballo “Violencia y ternura”.

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